sábado, 22 de octubre de 2011

Galileo Galilei


Puede considerarse a Galileo como el fundador de la astronomía moderna. Además de sus extraordinarios resultados como físico y astrónomo, la importancia de Galileo está precisamente en haber creado una mentalidad científica nueva, cuyas bases son aún las nuestras. Por estos motivos, puede considerarse a Galileo como el fundador de la ciencia moderna, basada en la observación de los hechos, la realización de experimentos y la formulación de teorías explicatorias. En la historia de la cultura, Galileo se ha convertido en el símbolo de la lucha contra la autoridad y de la libertad en la investigación.

Galileo Galilei nació en 1564 y murió en 1642, el año en que nació Newton. Su padre, Vicento Galilei, que pertenecía a la baja nobleza, era un hombre de notable cultura, conocido por sus considerables logros como compositor y tratadista de música, así como por su desprecio hacia la autoridad y sus tendencias radicales.




El contraste entre la infancia de Galileo y la de sus contemporáneos salta a la vista. Copérnico, Brahe y Kepler nunca se separaron por completo del pensamiento y la cultura impuestas por la Edad Media. Galileo fue un intelectual de segunda generación; en siglo XIX, hubiese sido el hijo socialista de un padre liberal.

Sus primero retratos muestran a un joven rebelde, con rasgos más bien ordinarios, gruesa nariz y altiva mirada. Se educó en la excelente escuela jesuítica del monasterio de Vallombrosa, cerca de Florencia, pero su padre deseaba que fuese mercader y lo llevó a su casa de Pisa. Luego reconociendo sus innegables dotes, cambió de opinión y a los diecisiete años lo mandó a estudiar a la universidad local para que estudiara medicina. Como los costos eran elevados, intentó conseguir una beca para Galileo. Galileo no pudo conseguir la beca y se vio obligado a abandonar la universidad sin graduarse. En su segundo curso universitario ya había hecho el descubrimiento de que un péndulo de una longitud dada oscila a una frecuencia constante, con independencia de su amplitud.

De vuelta a su casa prosiguió sus estudios, principalmente de mecánica aplicada, materia que lo atraía cada vez más, y perfeccionó su destreza para construir instrumentos y artilugios mecánicos. Uno de estos inventos, una balanza hidrostática, llamó la atención al marqués Guidobaldo del Monte, que lo recomendó al cardenal Del Monte, el cual a su vez lo recomendó a Fernando de Medici, duque de Toscana; como resultado de todo ello nombraron a Galileo catedrático de Matemáticas de la Universidad de Pisa, cuatro años después de que la misma universidad le negara una beca. Así a la edad de 25 años comenzó su carrera académica. Tres años después, en 1592, lo desginaban para ocupar la cátedra de matemáticas de la famosa Universidad de Padua, de nuevo gracias a la intervención de sus protector, Del Monte.



Galileo permaneció en Padua durante 18 años, los más fructíferos de su vida. Allí sentó las bases de la moderna dinámica, la ciencia de los cuerpos en movimiento. Pero no publicó los resultados de sus investigaciones hasta casi el final de su vida. Hasta la edad de cuarenta y seis años, cuando se publicó su libro Siderus Nuncios (el Mensajero de las Estrellas), Galileo no había publicado ninguna obra científica. Su creciente fama en este período, antes de los descubrimientos que hizo con el telescopio, se debía, por una parte, a sus tratados y conferencias que circulaban en manuscritos; por otra a sus inventos mecánicos. Pero sus descubrimientos verdaderamente importantes - como la ley de caída libre y de la trayectoria parabólica de los proyectiles - y sus ideas sobre cosmología los guardó celosamente para sí y para sus corresponsales particulares. Entre estos se hallaba Johannes Kepler, cuyo primer contacto ocurrió en 1597.

Galileo realizó notables aportaciones científicas en el campo de la física, que pusieron en entredicho teorías consideradas verdaderas durante siglos. Así, por ejemplo, demostró la falsedad del postulado aristotélico que afirmaba que la aceleración de la caída de los cuerpos -en caída libre- era proporcional a su peso, y conjeturó que, en el vacío, todos los cuerpos caerían con igual velocidad. Para ello hizo deslizar esferas cuesta abajo por la superficie lisa de planos inclinados con distinto ángulo de inclinación (y no fue con el lanzamiento de cuerpos de distinto peso, desde la torre inclinada de Pisa, como se había creído durante mucho tiempo).

Si bien Galileo no inventó el telescopio, lo perfeccionó y fue el primero que acertó en extraer un provecho científico del aparato. Los telescopios de la época solo tenían una capacidad de aumento de 6 veces, mientras que el último telescopio fabricado por Galileo tenía un aumento de 60 veces.

Con el telescopio Galileo hizo cuatro descubrimientos importantes en el campo de la astronomía. Cuatro descubrimientos que rompieron con los modelos hasta entonces conocidos y confirmaron empíricamente la teoría heliocéntrica de Copérnico.

1. El descubrimiento de cráteres y montañas en la Luna, que se oponía a las tesis aristotélicas tradicionales acerca de la perfección del mundo celeste, que exigían la completa esfericidad de los astros.

2. El descubrimiento de las fases de Venus semejantes a las fases de la Luna, lo que demostraba de forma empírica la teoría de Copérnico, ya que este fenómeno no podía ser explicado bajo el modelo de Ptolomeo.

3. El descubrimiento de cuatro “estrellitas” (satélites) que acompañan a Júpiter, que contradecía el principio que la tierra era el centro de todos los movimientos del cielo.

4. El descubrimiento del giro del Sol, por medio de la observación de las manchas que atraviesan el disco solar, que también habían sido descubiertas por otros estudiosos casi al mismo tiempo.



Parte de estos descubrimientos salen a la luz en el Siderus Nuncios, publicado en marzo de de 1610. Sus descubrimientos con el telescopio cayeron como una bomba sobre el escenario del mundo de los sabios. Algo que también sorprendió fue su fácil lectura, que podía leerse en tan solo una hora (tenía 24 hojas) y su efecto era como el de un golpe para quien había crecido con la visión tradicional del universo limitado.

Debido a sus publicaciones Galileo se fue ganando ataques de adversarios académicos y se comenzaron a manifestar las primeras muestras de que sus opiniones podían tener consecuencias conflictivas con la autoridad eclesiástica. La postura adoptada por Galileo fue la de defender que, aun admitiendo que no podía existir contradicción entre las Sagradas Escrituras y la ciencia, era preciso establecer la absoluta independencia entre la fe católica y los hechos científicos. Ahora bien, como hizo notar el cardenal Bellarmino, no podía decirse que se dispusiera de una prueba científica concluyente en favor del movimiento de la Tierra, el cual, por otra parte, estaba en contradicción con las enseñanzas bíblicas; en consecuencia, no cabía sino entender el sistema copernicano como hipotético. En este sentido, el Santo Oficio condenó el 23 de febrero de 1616 al sistema copernicano como «falso y opuesto a las Sagradas Escrituras», y Galileo recibió la admonición de no enseñar públicamente las teorías de Copérnico.

En 1618 se vio envuelto en una nuevas polémicas a propósito de la naturaleza de los cometas, que dio como resultado un texto en 1623, Il Saggiatore, rico en reflexiones acerca de la naturaleza de la ciencia y el método científico, que contiene su famosa idea de que «el Libro de la Naturaleza está escrito en lenguaje matemático». La obra, editada por la Accademia dei Lincei, venía dedicada por ésta al nuevo papa Urbano VIII, es decir, el cardenal Maffeo Barberini, cuya elección como pontífice llenó de júbilo al mundo culto en general y, en particular, a Galileo, a quien el cardenal había ya mostrado su afecto.

La nueva situación animó a Galileo a redactar la gran obra de exposición de la cosmología copernicana que ya había anunciado en 1610: el Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo, tolemaico e copernicano; en ella, los puntos de vista aristotélicos defendidos por Simplicio se confrontaban con los de la nueva astronomía abogados por Salviati, en forma de diálogo moderado por la bona mens de Sagredo. Aunque la obra fracasó en su intento de estar a la altura de las exigencias expresadas por Bellarmino, ya que aportaba como prueba del movimiento de la Tierra una explicación falsa de las mareas, la inferioridad de Simplicio ante Salviati era tan manifiesta que el Santo Oficio no dudó en abrirle un proceso a Galileo, pese a que éste había conseguido un imprimatur para publicar el libro en 1632. Iniciado el 12 de abril de 1633, el proceso terminó con la condena a prisión perpetua, pese a la renuncia de Galileo a defenderse y a su retractación formal. La pena fue suavizada al permitírsele que la cumpliera en su quinta de Arcetri, cercana al convento donde en 1616 y con el nombre de sor Maria Celeste había ingresado su hija más querida, Virginia, también investigadora en astronomía, que fallecería luego en 1634.



En su retiro, donde a la aflicción moral se sumaron las del artritismo y la ceguera, Galileo consiguió completar la última y más importante de sus obras: los Discorsi e dimostrazioni matematiche intorno à due nueve scienze, publicado en Leiden por Luis Elzevir en 1638.

En la madrugada del 8 al 9 de enero de 1642, Galileo falleció en Arcetri confortado por dos de sus discípulos, Vincenzo Viviani y Evangelista Torricelli, a los cuales se les había permitido convivir con él los últimos años.

La revolución científica no solo produjo descubrimientos, sino una nueva actitud hacia la vida, un nuevo clima filosófico. Y en ese nuevo clima, las personalidades y creencias de quienes lo iniciaron tuvieron una influencia perdurable. De estas influencias, las más importantes, en sus diferentes campos, fueron Galileo y Descartes. Galileo proporcionó a las leyes de Kepler el complemento indispensable para el universo de Newton: "Si he sido capaz de ver mas lejos - dijo Newton – fue porque me subí a hombros de gigantes"; los gigantes eran, Kepler, Galileo y Descartes.

Bibliografía


Koestler, Arthur: Los Sonámbulos Tomo II, Biblioteca Científica Salvat, Salvat Editores S.A., Barcelona, 1986.
Revista National Geographic en Español Edición Especial del Espacio 2005.

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